II Jornadas Aragonesas de Sociología: ¿Y después del diluvio? La sociedad postcrisis
Reflexiones para inspirar las II Jornadas de Sociología Aragonesa
José Ángel Bergua Amores
Tras 5 años sumidos en la crisis que se inició el 2008, probablemente ya estamos en condiciones de hacer balance y, al comenzar a bajar algo las aguas, también de vislumbrar el tipo de mundo que el diluvio va a dejar.
Por ejemplo, que el impacto de la crisis y la propia gestión que se ha hecho de ella ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, asunto más importante que la existencia de una gran bolsa de pobreza, pues, como es sabido, aumenta mucho más la inestabilidad social y política. Esta brecha se ha producido porque parte de la clase media, antaño un colchón que amortiguó el conflicto de clases, se ha visto arrastrada al pozo del desempleo, la pobreza y la exclusión. Si dicha clase garantizó la consolidación de la sociedad del consumo, de la paz social y de la estabilidad política, en un futuro inmediato todos esos avances de la segunda mitad del siglo XX pueden desaparecer y retrotraer las sociedades a los escenarios de conflictos y quizás también de revoluciones que se dieron en el siglo XIX y en la primera mitad del XX. Además, el Estado (del bienestar) y el tipo de capitalismo (fordista y keynesiano) que desde la II Guerra Mundial había logrado incrementar la producción conteniendo la desigualdad y que en la crisis de 1973 comenzó a desaparecer, cediendo el paso a un liberalismo que según pasaban las décadas más se parecía al del XIX, parece haber recibido el golpe definitivo con esta crisis, pues no hay discursos ni ideas que hagan creíble su recuperación. La solución al desamparo, cada vez más extendido y heterogéneo, ya no está viniendo del Estado ni del Mercado, hoy dos caras de una misma moneda, sino desde fuera, gracias a la autoorganización de las gentes, de un modo invisible y no institucionalizado.
Por otro lado, la crisis ha retratado a la política en su conjunto y a los actores principales en particular. Tanto los partidos políticos como los sindicatos se han visto desbordados. La derecha se fio a las instituciones internacionales, la izquierda se vio a sí misma falta de ideas tras años de andar despojándose de ideología y los sindicatos han sido incapaces de movilizar e ilusionar a los perdedores. Pero es que el propio Estado, para muchos llamado a ser la alternativa o freno a los mercados frente a las gentes, no ha tenido muchas dudas de cuál debía ser su lugar, lo cual ha perjudicado sobre todo a la izquierda institucional, pues toda ella, a diferencia de lo que ocurre con el anarquismo, siempre ha confiado en él. El movimiento 15M expreso el malestar por todos estos cambios e inacciones pero sólo emergió para disolverse de nuevo. Está por ver si ese aviso volverá a repetirse. En caso de que lo sea, también está por ver si las instituciones alcanzarán a tener oídos para escuchar. Mientras tanto la corrupción crece como una metástasis fatal, la clase política (sociológicamente un concepto equívoco pero ya asentado en la opinión común) tiene cada vez peor imagen y parece incapaz de salir del escondite. En el caso de España, la crisis de legitimidad ha llegado incluso a la cabeza del Estado, pues la Monarquía está cada vez más cuestionada. Frente a este panorama, el 15M y otros movimientos sociales parecen haber llamado la atención sobre la existencia de un espacio exterior a las instituciones en el que, aún, todo es posible.
Como ya ocurriera en otras partes del mundo con otras crisis, ésta ha tenido efectos en otros ámbitos o esferas aparentemente independientes. Por ejemplo, del mismo modo que sucede en las crisis personales, también aquí se ha resquebrajado la identidad, en este caso la social y política. La convocatoria de un referéndum en Escocia y Catalunya para decidir si quieren ser o no independientes de Gran Bretaña y España son un buen ejemplo de esto. Con estas convocatorias se viene abajo otro importante pilar de la modernidad como es el del estado-nación, levantado sobre identidades frágiles y conflictos territoriales inacabados que hunden sus raíces en la compleja y tumultuosa historia europea demostrando que el mapa de naciones es una realidad abierta y en permanente cambio, además de fuente inagotable de conflictos. Saber gestionar este enorme problema en términos creativos es una asignatura pendiente que, por lo visto, han sabido hacer Canadá, Gran Bretaña y la antigua URSS (en menor medida), mientras que en otras partes del mundo, como España, continuando una atávica y temeraria tendencia a la negación, es casi seguro de que no va poder. En todo caso, frente a este escenario que sería posible tratar en términos multiculturales o plurinacionales se abre otro, vivido por las gentes, en las que la multi o pluri dimensionalidad se ve superada por lo trans- de un modo políticamente intratable. Este escenario sólo lo han sabido pensar las ciencias sociales con la noción de hibridación, muy fecunda también en otros ámbitos (desde el movimiento queer a los estudios sociales sobre la ciencia pasando por las relaciones entre humanos y no humanos). Lo trans apunta a un afuera de las instituciones, ciencias e ideologías, tan afectadas por la identidad (bien sea homogénea, multi o inter… cultural o nacional). La lengua, refractaria a los manejos institucionales, y propensa a la hibridación y otras fecundidades, es un magnífico ejemplo de esto.
Pero no es sólo la política o la economía. Internet ha llegado para quedarse y está haciendo explotar toda la vida social, desde las relaciones afectivas, a la idea de propiedad superando también la duda de que las multitudes pueden ser inteligentes. Por otro lado, el viejo y trasnochado secularismo moderno está cediendo el paso a sociedades postseculares en las que, de distintos modos, unas veces violentamente, otras de un modo inadvertido, entra en escena o vuelve a ella lo espiritual. El reformismo musulmán es el rostro más visible de este conflicto. Sin embargo, en la vieja Europa esa religiosidad y otras más de diversa índole (neoarcaísmos, new age, tradicionalismo, etc.) y con modalizaciones diversas nos muestran que el viejo, materialista y totalitario sueño moderno de querer acabar con lo religioso e incluso con lo espiritual, no ha tenido éxito. Esto es algo que la sociología contemporánea está intentando abordar con conceptos extraños y arriesgados que apenas dan la talla frente a la realidad.
En definitiva, el escenario postcrisis nos ofrece el devastado paisaje de las instituciones, ideologías y teorías, que hasta no hace mucho permitieron gestionar, imaginar y pensar el mundo. Todo ello se ha derrumbado y la sensación que el derrumbe ha generado es similar a la que a nivel individual generan las depresiones psicológicas. El retraimiento e inacción políticas e incluso los suicidios son una consecuencia de esto. Sin embargo, con ese derrumbe también se han visibilizado formas de hacer sociedad enormemente creativas que esperan sus instituciones, ideologías y teorías. Aunque, quizás, esta crisis también haya acabado con la posibilidad de que cualquier institución, ideología y teoría nos vuelva a engañar. Lo cual sería doblemente creativo. En este segundo caso ya no estaríamos sólo ante el desborde de la modernidad sino ante la superación de espacios con cimientos más antiguos y arraigados. Pensar este escenario es, para la sociología, tan necesario como imposible. Lo cual no implica que se deba dejar de pensar. Simplemente se debe pensar de otro modo, reconociendo -dicho pensar- sus limitaciones y las del mundo que representa. Ojalá las II Jornadas nos ayuden a transitar por la vía creativa y a abandonar la depresiva.
En cualquier caso, los párrafos anteriores intentan mostrar las posibles líneas de reflexión de las mesas y las posibles conferencias. En todos los casos se trataría de ver cómo frente al mundo que se derrumba (el Estado nación, la secularización, el Estado del bienestar, las clases medias, etc.), no sólo aparece su antimateria, disponible para ocupar el lugar de lo que se pierde (las naciones sin Estado, el regreso de la religión, el Mercado, la fractura de la estructura social), sino también un vasto espacio de actividad social en el que ocurren muchas más cosas que reclaman ser vistas (las hibridaciones frente a las identidades, las herejías frente a las religiosidades y laicidades, lo común y las multitudes inteligentes frente al Estado y el Mercado, las situaciones y contextos sociales concretos frente a las clases, los movimientos sociales cada vez más fluidos frente a los partidos políticos y sindicatos). Se trata entonces de huir del pensamiento binario y de atender a más realidad.
Dicho de otro modo, frente a la vieja lógica aristotélica que sólo sabía ver A y su espejo simétrico e inverso, no A, y que instituyó los principios de identidad, no contradicción y tercero excluso, este nuevo mundo reclama la aplicación del tetralema taoísta, en el que, además de A y no A, están los términos A y no A, ni A ni no A. El primero (A y no A) es del orden de la mezcla de lo instituido con su antimateria y la actitud política que le corresponde es la perversión. El segundo (ni A ni no A) habla de algo exterior y ajeno a lo que está instituido o quiere estarlo y, por eso mismo, es del orden de la subversión. Pensar estos dos términos exige pensamientos perversos que juegan con las distinciones y subversivos que las borran y/o inventan otras. Quizás el nuevo escenario que la retirada de las aguas nos deja entrever exige ser más subversivos que perversos. Sea como fuere, lo claro es que el mundo de los conversos, sean positivos o negativos, es ya poco creíble y cada vez menos seductor. Afortunadamente.